miércoles, 30 de abril de 2014

Cáceres, una ciudad para las aves


En la Península Ibérica, los espacios que hoy conforman las ciudades, tuvieron su origen hace centenares de años cuando en esos lugares, por alguna u otra razón, se establecieron pequeños asentamientos humanos. Si bien algunos de esos asentamientos no han crecido en la misma medida que otros (las razones no nos interesan aquí, y por ello no vamos a tratarlas), en los que hoy conocemos como “ciudades” (según el diccionario con una población superior a los diez mil habitantes) con el tiempo se ha ido produciendo un considerable grado de crecimiento, y los campos colindantes a los primeros edificios han sido engullidos por el componente urbano. Se perdieron así numerosos enclaves, algunos de gran valía, pero en algunos casos (no demasiados) las características de las edificaciones y el gusto por lo natural, unido a la lentitud de las construcciones de épocas antiguas, posibilitaron cierto grado de coexistencia entre las aves (moradores naturales del terreno) y las personas que acababan de usurparlo. Era además una época en la que se tenía en cuenta a las aves a la hora de edificar, y no se ponía objeciones a su presencia sino todo lo contrario, pues suponían vida y alegría en el entorno. De esta forma, los mechinales se dejaban sin cubrir para permitir el acceso a Vencejos, Cernícalos, Grajillas, Estorninos o Gorriones entre otros, en las cornisas no se ponían impedimentos a la nidificación de Golondrinas y Aviones, y en los tejados era bienvenida la presencia de Cigüeñas. Era una época muy distinta a nuestros días, y durante esa andadura, gran parte de las ciudades perdieron en gran medida esa identidad y ese encanto natural que debió caracterizarlas en un principio. Pero por fortuna existen las excepciones. Tenemos en Extremadura numerosos enclaves urbanos que siguen conservando su identidad natural después de centenares de años. La mayoría son pequeños pueblos y aldeas, pero existe una ciudad de gran tamaño, que ha sabido compaginar de forma inmejorable el desarrollo urbano y la pervivencia de los valores naturales; esa ciudad es Cáceres, y hoy puede considerarse como un enclave urbano privilegiado, pues ninguna otra de su tamaño en toda nuestra región y muy pocas en toda la península albergan una fauna tan numerosa y pueden considerarse como paradigma de la convivencia entre personas y aves, en un entorno arquitectónico de gran belleza y lleno de historia.
Tal circunstancia empieza a emplearse como reclamo turístico, pero indudablemente esto es sólo la punta del iceberg. Si tenemos en cuenta el interés que despierta la naturaleza hoy día y el valor que desde siempre ha tenido y sigue teniendo todo lo histórico y monumental, en un futuro muy cercano el turismo en esta ciudad puede crecer de forma considerable. Si la ciudad de Cáceres sabe jugar bien sus cartas, y sabe proteger, mantener y fomentar esas cualidades que posee, tiene la oportunidad de erigirse en una auténtica “ciudad para las aves”, que indudablemente le proporcionará unos importantes recursos económicos mediante el desarrollo de un turismo de calidad. Apostar por ese modelo de desarrollo no depende sólo de los responsables políticos, sino del hacer diario de todos los cacereños, y de cuantos tenemos la suerte de vivir en Extremadura, y poder visitar esta magnífica ciudad con cierta frecuencia.











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